En menos de dos meses dos personas diferentes me han preguntado qué opino de la pedagogía sistémica. En mi registro de conocimientos por «pedagogía sistémica» no aparecían resultados. Lo más parecido que conozco es la Teoría General de Sistemas, un enfoque de filosofía de la ciencia que ha aportado, y sigue aportando, grandes avances a la comprensión de sistemas complejos y su estudio interdisciplinar.
Pero no. La pedagogía sistémica, o para ser más exactos, la pedagogía sistémica Cudec, no tiene nada que ver con la Teoría de Sistemas. O, para ser justos, tiene algo que ver, pero lo que toma de ella lo hace una vez retorcido, manipulado y pervertido, de modo que ya nada tiene que ver la pedagogía sistémica, no ya con la Teoría de Sistemas, sino con la ciencia en general.
No creo, no obstante, que la confusión a la que lleva el nombre sea casual. Pedagogía Sistémica Cudec tiene un tufillo a marketing pseudocientífico que me habría hecho sospechar al primer instante. Pedagogía Sistémica suena razonablemente científico y no hace aullar en DEFCON1 todas las alarmas.
Pero entonces ¿qué es esa pedagogía sistémica que está tan de moda en los círculos educativos? Para acercarnos a este desvarío hay que dar un paso atrás, a los orígenes turbios de una práctica que enturbia las procelosas aguas de la psicología: las constelaciones familiares.
Debemos la invención y popularización de las constelaciones familiares a Bert Hellinger, un personaje nacido en alemania en 1925, soldado durante la segunda guerra mundial, y ordendo sacerdote misionero a su fin. Fue destinado a Sudáfrica como evangelizador. No obstante tras aprender zulú con fluidez y tomar parte activa en los rituales tribales, decidió volver a Alemania, colgar los hábitos y entregarse a un esoterismo primitivo y un tanto ecléctico a la vez que se forma en psicoanálisis. Lo que viene siendo un cocktel Molotov pseudocientífico en toda regla.
En el transcurso de sus trabajos como psicoanalista llega a la «conclusión» de que muchos desarreglos, trastornos, y enfermedades físicas o psíquicas, tienen que ver con la alteración del «orden natural de las cosas» en la línea familiar. De alguna manera astral una persona llega a heredar conflictos de parientes que le precedieron varias generaciones atrás, que nunca conoció, y que nadie sabía, siquiera entonces, que tenía tales conflictos.
Las familias son, para Hellinger, sistemas o «constelaciones», con un estricto orden interno, lo que el denomina «Ordenes de amor». Ese orden era estrictamente observado en el paleolítico, cuando no existía sociedad como tal y todo giraba en torno a la familia. Lo dice Hellinger, ojo, no yo, que puedo oir como los antropólogos afilan sus cuchillos. Pero con el pérfido Neolítico las sociedades evolucionaron, llegaron las ciudades y lo pusieron todo patas arriba. Y ahí es cuando nuestras maravillosas y ordenadas constelaciones se fueron a la mierda.
Ese orden natural está sujeto a ciertas reglas de carácter estricto, como que el que llegó primero manda sobre los que llegaron después. De este modo las decisiones del padre son siempre incuestionables por los hijos, o por su mujer, que debe al marido respeto y amor incondicional, lo que supone perdonarle y asumir parte de la culpa de todo lo que haga.
Ese mismo orden y la posibilidad de heredar conflictos pasados como quien hereda un sembrado lleno de topillo, le lleva a exculpar a personajes tan adorables como Hitler, a quien considera una víctima más de una familia con un pasado.
El problema es que, con frecuencia, los conflictos vienen heredados de la tataratataratía Sigfrida, que lleva muerta 200 años, lo que plantea dos dificultades: la primera es saber qué fue lo que pasó, la segunda restaurar el orden natural cuando todos los implicados son ya reliquias arqueológicas.
Pues un poco de psicoanálisis por aquí y un poco de ritual zulú por allá y arreglado: se monta un ritual con forma de psicodrama. La persona desarreglada elige de entre el público asistente a diferentes personas al azar que han de servir como diversos parientes leganos. El psicoterapeuta les va haciendo a todos diferentes preguntas y guiando una dramatización en la que, recordemos, participan un puñado de personas fervientes creyentes en lo que allí ocurre y altamente sugestionadas.
Según Hellinger una especie de «energía» guía a los participiantes para que sepan qué decir y de ese modo se desvele el misterio. Parece que Sigfrida abortó y nadie lo sabía. La dramatización continúa perdonandose entre todos y apoyándose unos en los otros. Y tan amigos. Ya sabemos que la pobre persona que pidió ayuda no tiene un desorden de personalidad o una conducta agresiva, o sí, pero no es su culpa, era cosa de Sigfrida. Y ahora que todos se quieren ya nada volverá a fallar.
Obviamente este tipo de psicodramas son un peligro en si mismos, y en manos inexpertas pueden desembocar en graves problemas para las personas que participan en ellos. Son numerosas las denuncias en Alemania por gente que ha terminado con graves problemas psiquiátricos o suicidándose tras pasar por una de estas experiencias.
Hay varios casos documentados en los que víctimas de abusas sexuales en la infancia buscan ayuda en las constelaciones familiares. La dramatización incluye que sea la víctima quien pide perdón al agresor por no haber entendido que era una necesidad que el agresor (generalmente el padre o un familiar con mayor antigüedad en el mundo, por tanto de un orden de amor superior) tenía y agradeciendo haber sido elegida para restaurar el orden natural (ser agredida sexualmente, vaya) como un honor.
Obviamente todo esto cuidadosamente aderezado con mucho vocabulario suavizante, mucho orden primitivo que recuerda al buen salvaje, muchos energías astrales y mucho rito primario. En definitiva, muy new age.
Lo del amor es fundamental. Hay que repetirlo un millón de veces para que se incruste en mentes sugestionables, como bien sabe cualquier lider de secta. En todas las sectas hay mucho amor y todo es blanco, dulce, ordenado y astral.
De este cúmulo de desvaríos, del que sólo falta, sorprendentemente, la visita de ovnis, nace la Pedagogías Sistémica. Si la familia es una constelación la escuela no va a ser menos. También la escuela tiene órdenes naturales, el maestro manda y el niño obedece. Con mucho amor. Los mayores mandan sobre los pequeños. Y la familia es fundamental. La reoganización de los sistemas escolar y familiar son clave. El adoctrinamiento, la sugestión, la aceptación de la jerarquía y la eliminación de todo cuestionamiento crítico son los pilares sobre los que se asienta.
No hay ni un sólo vínculo con algo remotamente basado en evidencias científicas de calidad, sobre presupuestos sólidos o sobre la pedagogía entendida como ciencia. Es una aproximación sectaria y puramente new age, perniciosa y alienante. Y como tal debe ser denunciada.
Y no es tarea fácil. Numerosas universidades se acercan peligrosamente a estas prácticas, certificando con su marchamo científico una ocurrencia propia de un iluminado.
Para saber más:
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