Como muchos sabéis del 5 al 7 de Mayo tuve el placer de darme un paseo por tierras murcianas. El Centro de Formación de Profesores me invitó a compartir mis experiencias con tecnología de «coste justo» en la comunicación aumentativa, alternativa y estimulación cognitiva y multisensorial. Pese a lo que hayáis podido leer en los medios, apenas hubo disturbios y la gente, en general, lo llevó bien. Pero de mis andanzas en tierras murcianas os hablaré en la siguiente entrega. Hoy voy a contaros el viaje y por qué fue especial.
Volé de Santiago de Compostela a Alicante con Ryanair. Tenía una de las primeras filas (04) así que entré con embarque prioritario y me acomodé para observar como entraba el resto del pasaje. Normalmente me sumergiría en mi libro en cerocoma pero algo llamó mi atención, uno de los TCP llevaba de la mano a una chica que podía tener, fácilmente, mi edad. Lo hacía con dulzura y atención, no con aspecto rutinario. De la fila 7 en adelante viajaba un grupo de jóvenes y adultos con diversidad funcional con más o menos manifiesto retraso mental. Sus cuidadores se afanaban en calmarles ya que, aparentemente, era la primera vez que volaban.
El personal de cabina no pudo ser más genuinamente atento. Un ejemplo que me hubiese gustado que muchos cuidadores que sí se dedican profesionalmente a atender a personas con diversidad funcional, pudiesen ver.
A mi lado, ocupando el deseado asiento de ventanilla, un tipo con aspecto de ejecutivo leía un manual de autoayuda que subrayaba compulsivamente. No está bien leer por el rabillo del ojo el libro del que se sienta a tu lado, máxime cuando no le conoces de nada, sin embargo me pudo la curiosidad, al ver con que afán subrayaba el hombre.
La página que acababa de comenzar reproducía, de modo similar a esta, la historia de Diógenes y Alejandro Magno.
En ese preciso instante el avión encaraba el trayecto hasta la pista de despegue. Los ánimos, entre las filas 7 y 10, se iban caldeando sanamente. Las exclamaciones de emoción contenida se percibían ya en todo el avión. El piloto encaró la pista, aceleró a tope y empezamos a correr, a correr cada vez más en la pista. Aquí la excitación ya nos había contagiado a todos. El avión despegó y una chica emocionada ahogó un gritito:
– Estoy volando. Estoy volando. ¡Mirad! ¡Estamos volando!
Se desató una algarabía a mis espaldas…
Y de pronto todo el pasaje sonreía.
El señor junto a mi dejó de subrayar y cerró su libro. Quizá el grupo a nuestras espaldas le había enseñado más ese día que el gurú de turno.
Volar es maravilloso. Es bueno que nos lo recuerden.