Como muchos sabéis, con la vuelta de las vacaciones de verano, he dado un salto al vacío en mi carrera profesional. Uno de esos saltos que, pensados y reflexionados con detenimiento, no se dan jamás. Un salto que me ha supuesto salir de mi zona de confort de una patada en el culo y ponerme las pilas. He dejado mi centro y me he ido a la administración. Allí sigue mi plaza de orientadora, esperándome, y a ella volveré más pronto que tarde.
No me pilla de nuevas, claro está, el tema de la gestión. Con nueve años de dirección de centro educativo (y uno de propina en la secretaría) a mis espaldas, ni el papeleo ni la burocracia me amilanan. En mis años mozos estudié FP. Tengo por ahí un papelote acartonado que acredita mi condición de Técnico Especialista Administrativo. Siempre me enorgullecí de ello. Estudiar FP me dio un modo de vida que cambié por el magisterio pero que pudo serme muy útil para llevar un plato a la mesa de no haber podido ir a la universidad. Pero me dio mucho más. Me enseñó el mundo profesional desde otra óptica menos academicista. Me dio perspectiva laboral. También me enseñó gestión administrativa, algo que recién salida de Magisterio creí que jamás utilizaría y que, sin embargo, está resultando uno de los aprendizajes más útiles de mi vida. Pero he de admitir que la vorágine de San Caetano a todo gas en un principio de curso tiene su punto imponente.
Impone también la responsabilidad. Un nudo que se sitúa en el centro de la garganta cada vez que suena el teléfono y al otro lado una voz espera que resuelvas sus cuitas. Nunca fáciles y, por mi experiencia hasta la fecha, buscando siempre dar la mejor respuesta educativa a un alumno o alumna. No es fácil saber que buscan en ti una respuesta que no tienen, profesionales con una hoja de servicios a sus espaldas para quitarse el sombrero. No tengo todas las respuestas, ni siquiera muchas de ellas. En mi campo me movía con cierta soltura. Pero mi campo es una modesta charquita al borde de un riachuelo y me acabo de mudar a la mar, al océano bravú en toda su inmensidad. Estoy aprendiendo a marchas forzadas y debo decir que me gusta. Aunque las más de las veces deba confirmar con quienes tienen más oficio y conocimientos que yo que no estoy metiendo la pata hasta el fondo.
Un elemento inesperado de este trabajo es el factor de «apoyo psicológico». Mucha de la gente con la que tengo el gusto de hablar sabe la respuesta a sus preguntas mejor que yo. Al descolgar el teléfono no busca información, busca refuerzo, apoyo, seguridad. Y eso, aun siendo más delicado todavía que la pura información legal, me encanta. Y me encanta porque demuestra el capital humano tan maravilloso que tenemos en la educación pública.
Queda para el recuerdo la anécdota de ese profesional que lleva una semana llamándome «Remedios» y convencido de que ese es mi nombre. Me ha costado varios correos electrónicos que me llame Fátima, porque lo de Remedios está por ver 🙂
Sirva este texto de disclaimer para aclarar que las opiniones que se viertan en este blog, así como en el Xornal Lindeiros y en cualquiera otra colaboración que pueda tener, son siempre, y salvo expresa mención en contra, propias y personales.
La administración, como me dijo una compañera muy sabia estos días, es un gran elefante. Y tú no tienes más que un boli para moverla. Empujas y empujas con desesperación para ver que el gran paquidermo apenas se mueve cuando no, directamente, te sacude con sus enormes orejas.
Está bien que así sea. Una administración voluble iría y vendría con el aire del primer iluminado que pasase por allí. La administración es un volante pesado que cuesta mover, pero que, una vez gana inercia, es también difícil de detener. Es su debilidad y su grandeza.
Creo en la administración y compruebo día a día que los profesionales de la educación que nos dejamos la piel en la atención a la diversidad, aun siendo todavía francotiradores, somos cada vez más, y cada vez ganamos más terreno. En el tiempo que llevo en la pura administración debo decir que el nivel de trabajo es demoledor, que la gente no sólo cumple sino que, pese a la fama de maulas que tenemos los funcionarios, allí la gente lo da todo y se cumplen plazos imposibles a base de sudor, lágrimas y milagros.
Deberíamos sentirnos orgullosos de la administración que tenemos y de la escuela que tenemos. Es un elefante, es cierto. Pero no tenemos un boli. Tenemos cientos de bolis, y las mujeres (que en mi ámbito somos mayoría) y hombres que estamos del otro lado de ese Boletín o Diario Oficial que nadie lee, empujamos al elefante tan fuerte como podemos.
Y el elefante se mueve.
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