Me caí en la madriguera del conejo a la tierna edad de 8 años. Apenas unos meses mayor que la pequeña Alicia. Un cálido y bochornoso sábado de Junio a las ocho de la tarde me regalaron una correcta y clásica edición de «Alicia en el País de las Maravillas» de Ediciones Gaviota (Depósito Legal de 1980) con ilustraciones de Tenniel. La tarde había aguantado como se espera de un día de Junio, sin lluvia, pero con el anochecer el cielo se tornaba gris y el mejor plan era empezar el libro… y terminarlo.
Digamos que no fue un flechazo. Fue un caernos bien. Y vernos más adelante. 365 días después. Ni uno más ni uno menos. A la misma hora. En el mismo lugar. Así año tras año hasta cumplir los 15. Entonces llegó mi hermanita a mi habitación, hubo que hacer sitio llevándose libros al trastero de los abuelos. Y allí se perdió. La caja desapareció misteriosamente aunque el libro estaba ya en mi cabeza.
Pasó el tiempo y llegaron las obras completas de Carroll compradas en Inglaterra, una Alicia Anotada regalada y, poco a poco, se generó algo que un buen día reconocí como una colección.
Y entonces, como por arte de magia, cuando ya había conseguido un libro EXACTAMENTE igual que el primero para llenar aquel hueco en la memoria, la caja apareció. Caída en un hueco y a merced de la humedad y los roedores, había esperado ser encontrada. Sólo un libro se salvó de aquel rescate in extremis.
Aquí empezó todo.
- Portada de mi primera Alicia (Ediciones Gaviota, comprado en 1982)
- Trasera del libro que muestra las marcas de humedad y roedores
- Mítica escena del libro con ilustración de Tenniel. Esa página contiene la frase más citada del libro: «- ¿Podría decirme, minino de Cheshire…» , y la que me da alias en el mundo digital.
Un 14 de enero de 1898, el año del desastre, moría Charles Lutwidge Dodgson. Lewis Carroll no morirá nunca.