Hace unos días que tengo pendiente comentar esta noticia.
Las togas, también para los ciegos | Sociedad | EL PAÍS.
No deja de ser curioso, precisamente, cuando a la justicia se la representa como a una dama con los ojos vendados y se dice, en el lenguaje coloquial, que la justicia ha de ser ciega. Se implica con ello que a la justicia no le importa quienes están en litigio sino el tomar una decisión ecuánime al respecto del mismo.
En España, claramente, no contamos con un sistema judicial, sino legal. Un sistema que aplica y administra leyes pero que poco o nada tiene que ver con la justicia. Y además, por lo visto (o lo no visto, según se mire) tampoco podía ejercer su función, como mandan los cánones, de forma ciega.
Las justificaciones que se daban para tamaña discriminación hasta la fecha (igual que las que cierran ciertos destinos a los jueces invidentes) son, cuando menos, peregrinas. Vamos finos si un juez tiene que comprobar e inspeccionar todo ocularmente. Los jueces se fían, en numerosas ocasiones, de peritos. Para eso se inventaron. El juez no va al microscopio a mirar personalmente la muestra de ADN, ni al espectrómetro de masas a comprobar la composición del perfume que impregnaba el pañuelo… Por poner dos ejemplos. Hay más gente que el juez en el sistema judicial. Su habilidad no está en lo que ve, sino en lo que juzga; no en los sentidos, sino en el sentido de la justicia… y para ello la ceguera, lejos de un hándicap, me parece casi casi una ventaja.