Esta entrada recopila el hilo que, con motivo del día internacional de los museos 2021, publiqué en Twitter y que podéis consultar aquí:
Y para reimaginar museos, vamos a hacerlo hablando de John Cotton Dana. Un personaje que debería ser referente de casi cualquier docente, bibliotecario, documentalista y museógrafo del mundo. El hombre que dijo una de las verdades más palmarias de la profesión docente.

Dana nació en 1856 en Woodstock- Vermont y se graduó en el Dartmouth Collegue en 1878 como abogado. Intentó con cierto ahínco ejercer la profesión en su Woodstock natal, pero no tuvo excesiva suerte, así que lo intentó como profesor, mientras escribía en el periódico local. Si en lo económico no logró demasiado impacto, sí se labró una reputación como persona cultivada y preocupada por la difusión de la cultura y la educación del pueblo.
Para buscarse la vida inició un periplo que le llevó a diversas tareas en Colorado, vinculadas muchas de ellas a la minería y construcción de ferrocarriles. También ejerció durante un breve periodo de tiempo la abogacía en Nueva York. En 1889 se hizo cargo de la biblioteca pública de Denver. Por aquel entonces, una década de experiencia en todo tipo de trabajos en diferentes estado había moldeado su pensamiento, dejando atrás las ideas de la «alta cultura» que arrastraba desde la universidad. Tenía ahora una visión mucho más democrática y progresista. Ya no creía en el valor intrínseco superior de ciertos libros sino en la importancia de acercar la cultura al pueblo. A TODO el pueblo.
Una de las primeras decisiones que tomó cambiaría las bibliotecas públicas para siempre. Permitió el acceso a las estanterías de libros que, en el resto de mundo estaban celosamente celosamente parapetadas tras lo bibliotecarios. Fue el primer bibliotecario en tomar esa decisión. Cuando Dana se hizo cargo, cualquiera podía entrar en la biblioteca pública de Denver y hacerse socio. Es más, lo promocionaba activamente.
Very few books are stolen, very few papers are mutilated, while the number of books and journals that are worn out in fair usage is something to give joy to those who see in a library a thing of utility and not a ‘sacred trust.’
John Cotton Dana, 2 años después de abrir el acceso a las estanterías a todo el público.

Amplió drásticamente dos aspectos: el horario, abriendo desde la mañana hasta la noche; y la tipología de las colecciones. Empezó añadiendo best sellers, ficción, folletos, periódicos, revistas, colecciones de insectos, colecciones de objetos variados… Sin duda ser biblioteca escolar además de biblioteca pública le facilitó la tarea.
Creó una sección infantil, con libros para niños y mobiliario adecuado a su edad. ¡¡La primera del mundo!!! También creó secciones sobre mujeres, medicina y economía… Con el tiempo, abriría una delegación específica sobre economía y negocios en el distrito económico, ya en su etapa en Newark. También en esto fue pionero y, aunque al principio no se entendió bien esta idea de la biblioteca especializada, pronto su utilidad, es más, su necesidad, fue patente. Gracias a él tenemos bibliotecas temáticas.
De acuerdo a uno de sus biógrafos, Dana quería traer a los hombres y mujeres de la calle a su institución y enviarlos de vuelta con un libro entre las manos. Quería sacar la biblioteca a las aceras de la ciudad. Y para alcanzar su objetivo compró libros y otros documentos en diferentes idiomas para atraer a la población inmigrante y hacía anunciar su disponibilidad en los periódicos locales.
En sus años como minero o capataz reflexionó mucho sobre la educación formal en su país y publicó sus impresiones en diversos artículos de opinión y otras publicaciones. Decía que el currículo escolar era irrelevante para la mayoría de los estudiantes, obligados a aprender mucha información que no necesitan y conocimientos inútiles a la par que ignoraban los aspectos emocionales, el poder del la observación, el pensar y el hacer. Esta reflexión suena extrañamente contemporánea. Si lo escribiera hoy en día cualquiera diría que está entrando en el tema de moda en el desarrollo de la LOMLOE.
No es de extrañar que, en 1895 Dana fuese elegido presidente de la American Library Association, que celebró ese año su encuentro anual en Denver. Hubo cierta trampa. La ALA estaba dominada por los bibliotecarios urbanitas del noreste del país. Pocos de ellos acudieron a Denver y sí lo hicieron muchos entusiastas bibliotecarios del oeste y medio oeste, con una visión mucho más social… La elección de Dana fue un auténtico revulsivo que puso en primera línea del debate los nuevos retos tanto comunitarios como de alta especialización de las bibliotecas.
Sin embargo lo que más problemas le causó fue no ceder a la censura de facto en la cuestión económica del patrón oro-plata. Denver se posicionaba claramente a favor de la plata y Dana decidió que en su biblioteca habría documentos mostrando pros y contras de ambas tendencias. Los periódicos locales le atacaron ferozmente acusándole con desprecio de ser un gold-bug (como se conoce a los partidarios del patrón oro). Se mantuvo firme en sus convicciones de ofrecer visiones variadas de un mismo tema y, dado que esto era un problema dramático para los poderes fácticos de la ciudad, empezó a buscar otro trabajo.
Años más tarde, durante la IGuerra Mundial volvería a tener el mismo problema. Se negó a retirar de sus estanterías los libros que presentaban aspectos positivos o neutrales de Alemania a lo largo de su historia. Entonces recordaría el problema del oro, diciendo:
«I came to the conclusion (which I still hold) many years ago that liberty of thought is a very desirable thing for the world and that liberty of thought can only be maintained by those who have free access to opinion.»
John Cotton Dana, durante la primera guerra mundial.
Dana no tardó en encontrar un nuevo trabajo como director de la Biblioteca Pública de Springfield (Massachusetts), en el que pasaría 4 años y en el que instauró la gran mayoría de innovaciones que había experimentado durante sus años en Denver. Al cabo de 4 años se mudaría de nuevo, esta vez a Newark (Nueva Jersey) también como director de la biblioteca pública, puesto que ocuparía hasta el final de sus días.
En Newark, ya en su madurez, arropado y respetado por la comunidad, fue donde experimentó más profusamente sus teorías e ideas sobre lo que a estas alturas en su mente era ya el hogar de la educación no formal.
Creó secciones específicas para folletos y otros materiales efímeros impresos. Creía que el valor formativo no estaba solo en los libros y que parte de la labor del bibliotecario o curador era seleccionar partes de ese conocimiento real, de la vida diaria, para ser difundidos. Fue incluso más allá, recopilando todo tipo de recuerdos y objetos, reflexionando sobre su lugar y utilidad en las bibliotecas y sentando las bases de la moderna documentación y de la alfabetización informaciónal.
Creo también secciones o delegaciones temáticas con local y colecciones propias: una biblioteca de negocios, como hemos visto, pero también una sección especializada en ciencia y tecnología. Incluso montó un servicio de impresión! De hecho en 1909 Dana promovió la creación de la Special Libraries Association (SLA), siendo su primer presidente.
El edificio de la biblioteca de Newark era amplio. Mucho. Y el 4º piso estaba totalmente vacío cuando Dana se hizo cargo. El tema de los edificios no le quitaba el sueño. Preguntado por la necesidad de recabar fondos para un edificio de cara a montar una biblioteca, contestó:
«Get a good librarian. Then, if you can’t do better with the funds available, hire a room on the Main street on the ground floor, no matter if it is small. Give your librarian a flat top desk, a plain bookcase, $500 in cash to buy books with, and tell her to go ahead»
John Cotton Dana.
El «her» es significativo puesto que Dana trabajó con muchas mujeres a las que tenía en gran estima y consideración profesional.
El caso es que, en lugar de ocupar el 4º piso con más salas de libros o consulta, Dana «deslocalizó» buena parte de los fondos en secciones y en «colecciones de préstamo» que rotaba por todos los centros escolares de la ciudad. Y en aquel 4º piso, Dana montó ¡UN MUSEO!
Descartó desde un principio la idea de exponer cuadros o esculturas de arte europeo (que era la ambición de la mayoría de museos) y todo lo que oliese al ideal de cultura de la época. En su lugar negoció con los ciudadanos más destacados de la ciudad para que le prestase piezas de arte de su colección personal. Apasionado de las ciencias naturales pidió a un médico local que le prestase su colección de minerales…
Creía que los museos debían exponer y explicar objetos reales, cercanos a la realidad de las personas, que les ayudasen a entender el mundo que les rodea. En 7 años montó más de 50 exposiciones con un cuarto de millón de visitantes.
Para Dana los objetos eran fuentes de información como lo eran los libros. Y debían estar, por tanto, a disposición del público en todas sus formas. De hecho decía, con un punto de hipérbole, que los museos deberían cambiar su nombre y llamarse «Institutos de instrucción visual». Y esto incluía apoyar la labor educativa de los centros escolares. Empezó prestando colecciones de minerales en 1914. En 1926, cuando se creó el nuevo museo del que ahora hablaremos, en la mudanza se apartaron más de 5000 objetos para préstamo directo a centros.

Los camiones de reparto llevaban regularmente estos lotes a las escuelas y su éxito era arrollador, especialmente porque el Museo mantenía una actividad frenética en la formación del profesorado. Se organizaban cursos y seminarios, actividades y encuentros, se publicaban guías didácticas que acompañaban el material y, en general, el museo tuvo, desde sus orígenes, una fuerte orientación didáctica. El mérito aquí no es exclusivo de Dana, salvo por elegir masgistralmente a la que sería su más fiel colaboradora hasta el fin de sus días: Louise Connolly. Su manifiesto «The educational value of museums» sigue en vigor hoy en día.
Un filántropo local, Louis Bamberger, donó los fondos suficientes para construir un nuevo edificio dedicado enteramente a museo que, por supuesto, dirigiría el propio Dana. Este consiguió numerosas donaciones de fondos exóticos, traídos de todas partes del mundo, colecciones de objetos que muestran la vida en diferentes lugares del planeta. Usó los fondos disponibles para adquirir también estas colecciones, así como piezas de arte contemporáneo americano, entonces poco apreciadas por los museos al uso y, por tanto, mucho más baratas.
El Museo Newart de Arte Contemporaneo igue en funcionamiento hoy en día y tiene una espectacular colección de arte americana. Y todo empezó en este 4º piso de una biblioteca.

Para afrontar los retos del futuro, en los que museos y bibliotecas son los grandes aliados de la escuela en esta aventura de aguas bravas que es la educación, tal vez escuchar la voz de Dana casi 150 años después, nos recuerde que el futuro se escribe a hombros de gigantes.
A good museum attracts, entertains, arouses curiosity, leads to questioning, and thus promotes learning.
John Cotton Dana
Feliz día internacional de los museos #IMD2021 y recordad que quien se atreva a enseñar no debe dejar nunca de aprender.
Links de interés:
- John Cotton Dana – Newark’s First Citizen https://www.libraries.rutgers.edu/dana/john_cotton_dana
- John Cotton Dana https://sites.google.com/site/educationtheoriesinmuseums/home/john-cotton-dana // https://www.jstor.org/stable/4302325?origin=JSTOR-pdf&seq=1
- Access and Utility: John Cotton Dana and the Antecedents of Information Science, 1889-1929 https://jstor.org/stable/25542633?origin=JSTOR-pdf&seq=1
- John Cotton Dana The new museum (I) y (II) https://archive.org/details/newmuseum00danagoog /// https://archive.org/details/newmuseum01danagoog
- John Cotton Dana, John Dewey, and the Creators of the Newark Museum: A Collaborative Success in the Art of Progressive, Visual Instruction https://core.ac.uk/download/pdf/151532295.pdf The Educational Value of Museums (Connolly, L.) https://archive.org/details/educationalvalue00conn
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