
Con poquito más de 100 páginas, este libro profusamente decorado y con una calidad de edición a la altura de lo que se espera del British Museum, es una pequeña delicia que no te puedes perder si te interesa la asiriología, la historia de la escritura cuneiforme y en general, la historia de la escritura.
En mi caso el interés principal está en las implicaciones que tiene en la historia de la educación. En efecto la escuela como institución y los sistemas educativos surgen con la aparición de la escritura y por tanto la necesidad de formar escribas competentes. O al menos es a partir de ese momento cuando empezamos a tener trazas arqueológicas de una organización política y social de la educación. Con la primera escritura tenemos las primeras evidencias de escuela. Y, teniendo en cuenta que esas primeras trazas tienen algo más de 5000 años, las similitudes con los sistemas actuales son reseñables.
Lejos de pensar en un supuesto atraso milenario de los sistemas educativos, la reflexión debería ser más profunda. La historia, también de la educación, está muy contaminada con un «presentismo» que hace parece a todo tiempo anterior como atrasado, tosco, inferior y sin nada que aprovechar hoy en día. En educación se ha instaurado una visión que podríamos resumir con la frase preferida de un lejano familiar político ante cualquier construcción de más de 50 años (ya sea un edificio soso y aluminósico o la catedral de Santiago): «Bota esa vaina vieja».
Sin embargo, que ciertos elementos de la escuela se hayan mantenido prácticamente inalterados durante 5 milenios (salvo experimentos casi puntuales) debería llevarnos a pensar que, posiblemente, es la solución que mejor responde a como aprendemos los seres humanos, soluciones ancladas a una sólida experiencia y aun proceso de ensayo y error milenario.
Muchas de las cuestiones que hoy en día tenemos por «recientes» o derivadas de la revolución industrial son, en realidad, principios y soluciones que llevan con nosotros desde los albores de la primeras edubas. Necesitamos urgentemente una nueva mirada a la historia de la educación.
En resumen, y dejando de irnos por las ramas pedagógicas, un libro absolutamente recomendable aunque sea poco más que un «petisco» (en castellano «bocadito» pero en gallego suena taaan bien) para una tarde de verano.
Además, y como bonus track, incluye una pequeña guía introductoria a los fundamentos de la escritura cuneiforme (ojo, que no a los idiomas escritos con esta) así que, si os animáis, con un poco de arcilla escolar y un palito de helado podéis empezar a sentiros como auténticos escribas.